Las dos muertes de Miguel Gila
El maestro del humor, el padre del monólogo en España encontró en la comedia la manera de «salir triunfante de aquella mutilación» que representó la Guerra Civil para su juventud.
Imagina que participas en una guerra de esas que parten un país en dos. Imagina que pasas hambre, frío y miedo, que matas y ves morir a tu alrededor, que descubres que en tu bando, el de «los buenos», también se hacen cosas terribles. Una guerra que, muchos años después, te sigue provocando pesadillas. No te sería fácil hablar del tema ¿verdad?
Ahora piensa que no solo has vivido todo lo anterior. Imagina también que al anochecer te han llevado a un campo junto a una docena de tus compañeros y que, con los ojos vendados, has escuchado gritar «¡APUNTEN!», y, un poco más tarde, «¡FUEGO!». Y que el estruendo de una ráfaga de disparos te ha asustado tanto como el ruido de una docena de cuerpos sin alma desplomándose en el fango. Y después risas, vítores y cánticos de un pelotón más cargado de vino que de puntería.
¿Podrías hacer un chiste de eso? Probablemente no y no solo porque estarías muerto. Miguel Gila, sí. Decía que lo fusilaron al anochecer, lo que pasa es que lo fusilaron mal. Y convirtió los horrores que vivió durante la Guerra Civil, en fuente de comedia a través de las viñetas que publicó en La Codorniz, primero, y de sus míticos monólogos del soldado, después.
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O si lo prefieres, puedes comprar el libro Hazme reír (o Fes-me riure, en català) y leer el capítulo dedicado a esta historia de la comedia.